Melvin Cantarell Gamboa
18/10/2022 - 12:05 am
Antifilosofía
En la fase actual del neoliberalismo los reaccionarios de la derecha política son más intolerantes que nunca, y capaces de convencer y engañar a muchos gracias a que sostienen y defienden un discurso de verdad que no es necesariamente cierto, pero que se ha impuesto gracias a su enseñanza, internalización y difusión constantes.
“He detestado el poder, todos los poderes… en la carne malvada de las gentes de poder: ese negro fulgor que brilla de una manera particular en la pupila del animal de presa, del chacal, del buitre, del carroñero. Frente a ellos, ni verdugo ni víctima- y siempre del lado de las víctimas”. Michel Onfray. Genealogía de las víctimas.
El entorno social y político que vivimos en México parece ser el espacio donde todo puede ser dicho; sin embargo, lo que se dice no es propicio para la convivencia, por el contrario, las palabras están cargadas de odio, resentimientos, aversión, desdén, desprecio y racismo contra el mexicano común de parte de la derecha reaccionaria y conservadora que se adjudica una posición superior y que, desde sus vísceras, con la lengua desatada, dejan caer su diarrea verbal sobre sus víctimas: los chairos, los nacos, los morenos cuando éstos manifiestan un punto de vista diferente o contradicen lo que ellos sustentan. Este fenómeno sucede cuando el discurso de poder pierde su potencial; entonces se convierte en beligerante, pulsional y patológico que tarde que temprano se verterá en el deseo de exterminio del otro o en violencia manifiesta.
Pero ¿qué ha hecho aflorar entre los que se orientan hacia el conservadurismo tanta ira, que crece en tamaño e intensidad al grado de dominar sus pensamientos y obnubilar su razón hasta cancelar toda posibilidad de entendimiento con los otros? Su miedo. ¿A qué? A perder sus privilegios. Por cinco siglos, desde la Colonia hasta el presente, han dominado el país a su manera y capricho. El riesgo es que ese miedo se convierte en una pasión peligrosa, pues cuando ésta se hace dominante impele a los seres humanos a matar, mutilar y torturar en nombre de la defensa de la familia, la sociedad o la Patria; de manera desafortunada, quienes así actúan, creen estar defendiendo sus derechos. Pero ¿de quiénes se defienden? ¿De los explotados, los pobres y los marginados? Debieran entender que una distribución justa de la riqueza social es inevitable y no daña a nadie cuando se hace a pequeñas dosis y sin cambios radicales como está sucediendo; por lo tanto, no se explica tanta agresividad, a no ser que crean que se están amenazando seriamente sus actuales niveles de consumo, su ostentoso disfrute del ocio o estén reviviendo imaginariamente, porque así les conviene, el fantasma del comunismo. Lo que fuera, su reacción fluctúa entre lo obsesivo y la histeria, es excesiva, desproporcionada y mal enfocada; los destinatarios directos de su odio son el Presidente y la inmensa mayoría de los mexicanos; al primero no le perdonan que haya optado por los menos favorecidos; acerca de los segundos, mi opinión la reduzco a dos simples preguntas: ¿Es justo y equitativo mantener a más de la mitad de la población del país al margen del reparto de la riqueza nacional, cuando, para colmo, ellos con su fuerza de trabajo contribuyen socialmente a crearla? Entonces ¿por qué hacerlos destinatarios del resentimiento de los detentadores del poder?
En la fase actual del neoliberalismo los reaccionarios de la derecha política son más intolerantes que nunca, y capaces de convencer y engañar a muchos gracias a que sostienen y defienden un discurso de verdad que no es necesariamente cierto, pero que se ha impuesto gracias a su enseñanza, internalización y difusión constantes; tarea de la que se encargan intelectuales, profesores, sacerdotes, pensadores y todos aquellos que se dedican a actividades donde predomina el uso de la inteligencia, pero que están adocenados y adiestrados para enseñar saberes que durante siglos han demostrado que son útiles al sistema y a quienes detentan el poder.
Este discurso, instrumental y utilitario, se caracteriza por ser predominantemente teórico, unitario, formal y “científico”; de ahí, pues, que sus efectos sean de amplísima aceptación, reproducción y prórroga continua en beneficio de una clase; al mismo tiempo que esta prédica se enseña, fortalece y difunde, se ejecuta la represión, directa o velada, de saberes históricamente liberadores que también están presentes en todas las épocas, pero que son oscurecidos por la hegemonía del discurso de verdad del poder.
La represión histórica, la opresión y sometimiento de estos saberes son parte del enfrentamiento entre el dominante (platónico-judeo-cristiano) y aquel que es necesario rescatar para ponerlo a disposición de quienes traten de hacer efectiva la conquista de la soberanía sobre sí mismos y pensar, decidir y actuar sin límites, auditoría o censura.
La dominación que proviene del saber hegemónico se sustenta en el modo de enseñanza-aprendizaje a que es sometida cada nueva generación: los niños y los jóvenes asisten a templos y escuelas, donde escuchan las palabras del sacerdote o del maestro que le infunden ideas, valores y estructuras lógicas en la mente y el espíritu que hará prácticamente imposible optar por otras formas de saber y de pensar. Ese método consiste en hacerles retener en la memoria, por ejemplo, el catecismo, textos previamente escogidos, notas de clase de la enseñanza oficial para ser aprobados en los exámenes; de esta manera, los alumnos transforman lo memorizado en programas neuronales que por necesidad y a falta de otra perspectiva, confundan lo aprendido con verdades indubitables, incuestionables y absolutamente ciertas porque con ellas construyen su espíritu, condicionan su mente y sus personales maneras de pensar; este aprendizaje deja en los seres humanos una impronta que por su carácter prácticamente imposible de borrar.
Ahora bien ¿qué oponer a esta lógica de la servidumbre impuesta desde el discurso dominante y el uso clasista de la cultura? ¿Cómo dar forma a un pensamiento popular accesible a todo el mundo, libre de todo idealismo, trascendencia, metafísica y ficción conceptual? El discurso de poder, es decir, la episteme platónica-judeo-cristiana, no sólo es fundador de ideales, sino que invita a la consciencia humana a autoengañarse, a darse por contenta con las apariencias.
Ahora bien, la antifilosofía que invito a autoconstruir se propone demoler la insolencia de esas teorías y demostrar que es posible la reflexión filosófica a partir de la trivialidad cotidiana sin que el pensamiento pierda consistencia y sí constituya una opción real a la consciencia teórico-filosófica idealista.
Empecemos por entender que la verdad de hoy es un asunto que no resiste el paso del tiempo; es absurdo pretender, como quieren los teóricos idealistas, poseer la verdad absoluta. Aunque nos parezca imposible la simple actividad reflexiva basada en las experiencias prácticas es capaz de derribar el obstáculo que, para un espíritu libre, representa la episteme platónico-judeo-cristiana. Sencillos ejercicios intelectuales apegados a lo material inmanente, a lo existencial, a lo vivido que permanezcan en contacto con lo terrenal constituyen la materia con la que se puede construir una consciencia lúcida, creativa, realista y el espíritu crítico. Ningún cambio puede tener lugar cuando los individuos se dejan seducir, sin oposición ni cuestionamiento, por el poder y su lógica. Basta pensar y actuar como espíritu libre para hacer cesar la opresión, el sometimiento y la domesticación de las creencias dominantes.
La única fuente de sabiduría práctica, como ya dijimos, es la propia vida, otras sabidurías, como las antiguas, sólo pueden iluminar nuestro afán de construir la autonomía, la independencia, la soberanía y la libertad de edificar un saber propio.
La vida filosófica es un arte; supone el cuidado del cuerpo y la formación de un ethos que no pretenda otra cosa que una actitud de rectitud durante la existencia y en el propio pensamiento; la rectitud obliga a la persona a ser lo que efectivamente es, debido a la inclinación natural a vivir mejor; somos injustos con nosotros mismos cuando por alguna razón rechazamos lo que nos ofrecen las experiencias bajo la forma de sabiduría práctica; algunos ilusos piensan que para alcanzarla son suficientes los libros, maestros o guías espirituales, cuando en los hechos cuenta sólo el querer saber, la búsqueda de soluciones afectivas con el mundo y con los hombres y la reflexión que ha de acompañar a las acciones que realizamos en el cada día, porque son aplicables a la vida y al tipo de conducta que asumimos para cada caso.
Toda filosofía presupone una ética; la ética es personal y da lugar, a través de las relaciones interpersonales, al comportamiento moral. Las éticas preventivas, de origen idealista, son construidas con ideas puras o principios morales de carácter heterónomo, es decir, están al servicio del discurso del poder ya que subordinan la acción práctica a una teoría pura (Kant, por ejemplo); aquí, por el contrario, hablo de ethos como la predisposición personal, individual para asumir la responsabilidad de nuestros actos, de nuestra manera de vivir y de reaccionar frente a cualquier contingencia, situación o circunstancia cuidando otorgar a lo real, a lo social y a lo humano primacía sobre cualquier mandato, ley, norma, axioma o valor de carácter moralista, que en los hechos, se metamorfosea en moralina, un significante con propiedades ideológicas que reduce a la persona a ser sujeto, a que se le niegue identidad propia para subsumirlo a principios trascendentes o metafísicos.
La clave de la emancipación individual, en el momento, está en el camino de quien es capaz de desaprender lo aprendido a través del sistema oficial de enseñanza para romper el valladar de lo que hasta ahora venera: la locura de las ideas dominantes y, como dice Nietzsche: ”Nosotros, hablando con propiedad, podríamos descubrir y darnos nuestra propia ley moral y tal posibilidad sería real cuando impongamos un imperio sobre nosotros mismos y asumamos la moderación y sus motivos como regla de conducta” (Aurora).
Actitud que permite ver las cosas desde lo alto, una posición que nos mantiene a distancia de la estupidez humana, que incluye como complemento el engaño, que puede superarse cuando las víctimas de hoy logren la independencia, autonomía y soberanía, propia de los espíritus libres, pues estará en condiciones de desarrollar un punto de vista, una perspectiva, un enfoque, una visión y un espíritu crítico propios. Ningún cambio puede tener lugar en la vida si no eliminamos en nosotros la persistencia opresiva del poder.
Para finalizar, recurro a la tesis libertaria de Étienne de la Boétie, quien afirma en su panfleto (el más revolucionario que jamás se ha escrito) “Discurso sobre la servidumbre voluntaria”, que “el poder no existe sin el consentimiento de aquellos sobre quienes se ejerce. Si falta ese consentimiento el poder cesa y pierde su conquista; existe sólo a través de la anuencia de los explotados, cesará cuando estos se decidan a ser libres”. Es cierto, la brutalidad del neoliberalismo y sus beneficiados, por ejemplo, sólo se mantienen debido a la aprobación de los que lo padecen de manera pasiva. Ante esto quizás no basta solamente insubordinarse o rebelarse, pues, cada día el sistema inventa nuevas formas de servidumbre voluntaria; en consecuencia hace falta un movimiento que desnude en toda su crudeza el drama universal que representa la extinción de la especie humana producto de la paradoja de confundir confort, riqueza, avaricia y satisfacción con destrucción masiva de la naturaleza, explotación del hombre por el hombre, contaminación, cambio climático; en los hechos, nunca será suficiente la fuerza de la rebeldía, será necesario también el heroísmo del espíritu que entierre por siempre el saber establecido, que obliga a los humanos aceptar la necesidad de servir y rechazar la libertad en acto. Con el agravante de que el hombre siervo rechaza la unidad con los suyos para buscar la identificación con el amo, en todos los grados de las jerarquías.
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